Estilo Libre / México y el estigma de la traición 

ESTILO LIBRE / Valentín López Con la conmemoración del Grito comienza este 15 de septiembre la celebración de la Independencia de México. 

Esa noche, cada año. solemos gritar: “¡Viva México, cabrones!”, porque la fanfarronería es parte del orgullo mexicano. Necesitamos jactarnos de nuestra nacionalidad. En Alemania, por ejemplo, nadie puede expresar su orgullo nacional. Si alguien grita: “¡Viva Alemania!” es calificado de Nazi. El nazismo es el gran trauma nacional de los alemanes. 

Pero en México no importa la historia porque nadie se siente responsable de ella, porque siempre tenemos a quién echarle la culpa. Así lidiamos con nuestras pérdidas y mantenemos intacto el orgullo nacional.  

Los responsables son los traidores.  

Todos los hitos de la historia de México están presididos por la traición. 

AGUSTIN DE ITURBIDE

Esto es parte de la narrativa oficial. Los mexicanos hemos sido criados con esta noción. 

Así se constató hace dos años, en 2021, cuando el gobierno de la Cuarta Transformación dedicó una agenda de 12 fechas para conmemorar el bicentenario de la consumación de la independencia de México. 

El año del traidor 

La agenda se inauguró el 14 de febrero con el homenaje a uno de los artífices de esta hazaña, en su aniversario luctuoso: Vicente Guerrero, y se clausuró el 30 de septiembre con el homenaje a uno de sus iniciadores, José María Morelos, en la efeméride de su natalicio. 

El calendario incluyó además el aniversario del Plan de Iguala, proclamado el 24 de febrero como el Plan de independencia de la América septentrional por Agustín de Iturbide, y la firma de Los tratados de Córdoba, también signados por el propio Iturbide. 

Desde luego se celebró el Grito de Independencia que dio inicio a la guerra de emancipación y el acto que le dio fin: la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre, seguido de la promulgación del Acta de Independencia un día después. 

Pero, aunque el Congreso de la Unión declaró el 2021 el Año de la Independencia, y se agendaron actos que recordaron a quienes fraguaron y consumaron la obra, además de las acciones significativas que abrieron y, sobre todo, cerraron el ciclo de la guerra independentista, no se incluyó ninguna actividad específica que rindiera tributo a la memoria de uno de sus referentes, protagonista de esas mismas acciones que pusieron fin a las hostilidades con España y que dieron origen al México independiente. 

Esta omisión refleja y perpetúa la tradición histórica de asignar a Agustín de Iturbide, en el alumbramiento mismo de la patria, el papel de traidor que la tradición cristiana ha relegado para Judas en la génesis de esa religión: Judas traiciona a su fundador; Iturbide, a su causa.  

El Gobierno estatal ha aprovechado esta fecha, tan significativa en la historia nacional, para promocionar a Guanajuato como el estado que engendró a la nación. “En Guanajuato nació México”, dice un video promocional. 

Y es que en 2023 se cumplen 200 años de Guanajuato como estado de la República Mexicana. Por eso vale la pena repasar la relación conflictiva que el mexicano guarda con Iturbide, y las consecuencias de este conflicto en la psicología nacional. 

El mito del traidor y su función 

La traición que se opone y, por contraste, realza la proeza del héroe, es una tradición que se remonta a los orígenes de nuestra cultura.  

El primer traidor en la tradición bíblica es Lucifer, que traiciona a su creador. Lucifer es un ángel predilecto de Dios, a quien debe obediencia, lealtad y el deber de actuar en su defensa. En cierto sentido, el universo mismo está fundado con el estigma de su traición.  

También a la fundación del cristianismo va asociado, como una condición que exalta la virtud misma del nuevo credo, el estigma de la traición de Judas.  

En los países cristianos, esta tradición fundacional de su fe pasa al folclor nacionalista. En el Tema del traidor y del héroe, Borges describe este nudo indisoluble. 

La traición en nuestra historia 

La traición ha sido una constante en la historia de México, desde la conquista hasta la revolución mexicana. 

Así, México es un país fundado sobre el signo de la traición. 

Todos los hitos de su historia se asientan en el infame legado de un traidor: la fundación del México colonial está presidida por la subordinación de la Malinche al invasor; la fundación del México independiente, por la traición de Iturbide a los ideales republicanos; la consolidación del México liberal, por el sometimiento de Santa Anna a los gringos; y el México revolucionario, por la traición de Díaz a los principios liberales. 

Con este formidable antecedente, todo traidor es pérfido, es perverso.  

Lucifer no sólo es el primero y el máximo traidor; es también la personificación del mal.  

LUCIFER

El héroe es, por el contrario, un hombre virtuoso. 

Por eso, un traidor no puede ser héroe. 

O sí.  

Pero a imagen y semejanza de Lucifer, es un héroe caído. 

La traición como estigma 

La deplorable memoria de Iturbide como traidor de la patria no tendría importancia para el México actual si con ese juicio no se estuviera sentenciando más que a un individuo.  

Pero no es así: con ese fallo se está juzgando a uno de los padres fundadores de la patria, al mismo que consumó la aspiración de Miguel Hidalgo, de José María Morelos, de Vicente Guerrero y de tantos otros que, como ellos, se enfrascaron en una guerra contra el imperio español. 

Pero la tradición histórica en México no lo reconoce como tal. El padre de la patria es Hidalgo; Iturbide ha sido relegado a las sombras de los anales de la traición. 

¿Pero este título está asignado con propiedad? ¿Es padre quien concibe el ideal o quien lo alumbra? 

En caso de que tal derecho debiera recaer en quien proclamó la independencia de México, una sombra se cierne sobre los mexicanos: el repudio, y no el encomio, de su fundador. 

De ser así, ¿cómo ha afectado en la psicología del mexicano este origen bastardo como nación? ¿La traición define la identidad nacional?  

Bajo el signo de la traición 

La hipótesis que planteo es que la traición ha incidido desde el origen mismo de nuestra nación, reciclándose en el inconsciente colectivo hasta quedarse impresa en la noción que los mexicanos tenemos del ser mexicano. 

Eso ha afectado la imagen que los individuos tienen de sí mismos y de sus prójimos, y a su vez, esta imagen condicionada de mí y de mis semejantes, vulnera el desarrollo natural del país. 

Así pues, quiero argumentar que el efecto más grave de la traición en la idiosincrasia del mexicano es el menoscabo de su autoestima. 

El problema de la autoestima en México 

Samuel Ramos, el primer referente en los estudios sobre la cultura de nuestro país, describe ya en 1934 a los mexicanos agobiados por un sentimiento de inferioridad; ubica el origen de este sentimiento en la conquista y en la colonización de México, y sostiene que éste se recrudece en las entrañas del mexicano a partir de la independencia. 

Sin embargo, no identifica el complejo mexicano de inferioridad con la traición y el sentimiento de bastardía que, al adjudicársela a su fundador, ésta supone en quienes reprimen esta ominosa herencia en la conciencia colectiva. 

Basado en Jung, Samuel Ramos identifica a los mexicanos con un carácter urgido en afirmar su «yo», la idea que tiene de sí mismo. De esta necesidad de afianzar su ser, desprende Samuel Ramos el sentimiento de inferioridad que pesa sobre la sociedad mexicana, y refiere que la tensión suscitada entre las aptitudes y las capacidades de esta sociedad, por un lado, y su «instinto de poder», por el otro, ha provocado en el mexicano la impostura de una superioridad que se afirma, no en la realidad, sino en una autoestima sobrevalorada. 

La autoestima como salud mental 

Esta apreciación prefigura las conclusiones de Nathaniel Branden. Para este psicólogo dedicado al estudio de la autoestima durante más de medio siglo, el concepto de sí mismo determina la conducta y, en la misma medida, el destino del individuo, con o sin su conocimiento. 

“La autoestima es una necesidad humana fundamental”, apunta. “Su efecto no requiere ni nuestra comprensión ni nuestro consentimiento”.  

Pero, afirma, “algunas veces la autoestima se confunde con ser jactancioso, fanfarrón o arrogante”. Tales rasgos, sin embargo, “no reflejan una gran autoestima, sino una muy pequeña”.  Y define que “este tipo de personas refleja una falta de autoestima. Las personas con una autoestima alta no se comportan de una forma superior a los demás”. 

También explica que una alta autoestima “está intrínsecamente orientada a la realidad” y que, en los test, “las personas con una baja autoestima tienden a infravalorar o sobrestimar sus capacidades”, mientras que las personas con una autoestima alta “tienden a valorar sus habilidades de forma realista”. 

Así pues, el mexicano, en concepto de Samuel Ramos, incurriría en lo que Nathaniel Branden llama «pseudoautoestima»: “La pseudoautoestima es la ilusión de tener una eficacia y dignidad fuera de la realidad”. 

Por otro lado, la aplicación sumaria de un concepto para definir el grado de salud emocional de una sociedad entera encuentra también validación en Branden. 

“En todo el mundo se está tomando conciencia del hecho de que, igual que un ser humano no puede realizar su potencial sin una sana autoestima, tampoco puede hacerlo una sociedad cuyos miembros no se respetan a sí mismos, no valoran su persona ni confían en su mente”. 

La traición en el origen de México 

Otro que estudia el carácter mexicano y que es también referente en el tema, es Octavio Paz.  

También él ubica el origen de los rasgos característicos del mexicano en su historia, también él remonta sus raíces a la conquista y la Colonia. 

Samuel Ramos advierte, en el carácter de los mexicanos, atributos como la desconfianza, la agresividad y la susceptibilidad; Octavio Paz, el disimulo y la máscara, la desconfianza y la reserva. 

Pero ahí donde Samuel Ramos ve un complejo de inferioridad nacional, Paz ve el miedo a ser, “porque todo lo que es el mexicano actual, como se ha visto, puede reducirse a esto: el mexicano no quiere o no se atreve a ser él mismo”; donde Samuel Ramos expone un sentimiento de falsa superioridad, Paz describe al macho mexicano, el carácter nacional que se inspira en el opresor español, pues “en muchos casos estos fantasmas [del carácter mexicano] son vestigios de realidades pasadas. Se originaron en la Conquista, en la Colonia, en la Independencia o en las guerras sostenidas contra yanquis y franceses.” 

Entre los factores originarios del carácter nacional, Paz menciona a la traición, remontándola a la Conquista, a la figura de la Malinche. 

También se refiere al héroe caído que comparábamos ya con el ángel caído, ambos nacidos de la traición. 

Pero en Octavio Paz esta figura no está relacionada con la perfidia de la traición, sino con Cuauhtémoc, el “águila que cae” y último emperador azteca, torturado y sacrificado por Hernán Cortés.  

De estas dos figuras simbólicas, el héroe caído y la traición, nace la mexicanidad y, apunta Paz, “el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche”. 

Atirantado por su origen antagónico, híbrido, mestizo, el mexicano repudia sus raíces y entrega su ser a la orfandad, al desarraigo.  

“Es pasmoso —se asombra Paz— que un país con un pasado tan vivo, profundamente tradicional, atado a sus raíces, rico en antigüedad legendaria si pobre en historia moderna, sólo se conciba como negación de su origen”. 

Vivir en orfandad: la negación del origen 

Pero esta negación no se limita a las raíces del México hispano: se prolonga en la negación de sus raíces como nación independiente.  

Al negar a la Malinche acusándola de traición, el mexicano niega el origen de su mestizaje; al negar la «paternidad» a Agustín de Iturbide acusándolo de traidor, México niega a su fundador.  

Pero al negar su origen, el mexicano menoscaba la imagen que tiene de sí mismo, despierta em su interior un sentimiento de bastardía. 

Esta orfandad, esta negación del propio origen, nos ha heredado defectos de carácter que hemos arrastrado como un lastre en la conciencia a lo largo de nuestra historia nacional. 

Y esos defectos de carácter revelan la salud de nuestra autoestima. 

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